A principios de la década del ’70 y participando desde el mito de uno de los momentos políticos más complejos de la
Argentina contemporánea (exilio, regreso de Perón, grupos revolucionarios, burocracia sindical, patria socialista,
primavera camporista, Triple A, etc.), Evita parecía estar mucho más viva que decenas de dirigentes de primera línea que
rodeaban a Perón. Hombres que podían proyectar el futuro del movimiento o sentenciarlo definitivamente a muerte.
En el “Funes, el memorioso”, que reconstruyó el escenario de la muerte de Perón, Horacio González reflexionó: “Evita era
más reinterpretable. Estaba muerta en términos míticos: embalsamada, enterrada con otro nombre en Milán, su cadáver
había sido recuperado después de un vía crucis y depositado en el segundo piso de Puerta de Hierro en Madrid. Era un
cuerpo inmóvil que arrojaba toda clase de destellos. Pero el ‘evitismo’ tenía limitaciones muy severas, porque su
pensamiento no se podía medir a través de acciones reales en el presente dramático, que todavía habitaba Perón.
La mujer que en el pasado a la vera de su marido, decía lo que él no podía decir, con el énfasis que él no podía
utilizar o que llamaba con mayor energía a la revuelta social; era una Evita que a principio de los años ’70 significaba
fuertes proyecciones sociales de un gran deseo colectivo. La fuerza que tenía el mito de ese cuerpo transparente, podía
trasladarse a la propia debilidad de los grupos que intentaban esa reinterpretación, que mostraba una Evita con mil
rostros. Una leyenda constituida con una gran dimensión social, una fuerte apelación a la justicia que sigue estando
presente como anhelo en el pueblo argentino. Ese mito nos sigue interpelando”.
En los ’70, Evita se había transformado en la gran bandera de los sectores que exigían los cambios más profundos y su
nombre era objeto del enfrentamiento ideológico de los que pugnaban por su bendición: “Si Evita viviera, sería…”. Y cada
uno llenaba el final del grito de guerra, con los colores de su camiseta.
El 1º de mayo de 1952, Evita habló por última vez en desde el balcón de la Casa Rosada; el día que dejó la importancia
de la huella del peronismo en manos de la historia: “Quienes quieran oír, que oigan; quienes quieran seguir, que sigan”.
El pueblo trabajador y humilde de la patria, “contra la opresión de los traidores de adentro y de afuera, que en la
oscuridad de la noche quieren dejar el veneno de sus víboras en el alma y en el cuerpo de Perón, que es el alma y el
cuerpo de la patria”. Los enemigos “no lo conseguirán, como no ha conseguido jamás la envidia de los sapos acallar el
canto de los ruiseñores ni las víboras detener el vuelo de los cóndores. No lo conseguirán, porque aquí estamos los
hombres y las mujeres del pueblo, mi general, para custodiar vuestros sueños y para vigilar vuestra vida, porque es la
vida de la patria, porque es la vida de las futuras generaciones, que no nos perdonarían jamás que no hubiéramos cuidado
a un hombre de los quilates del general Perón, que acunó los sueños de todos los argentinos, en especial del pueblo
trabajador. Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese
día, mi general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los
descamisados de la patria para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista”.
Y por último, soñó que cada derecho, cada conquista, serían parte de las reglas de juego de un país, que ya no podría
dar un solo paso hacia atrás: “No nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a
sus amos de las metrópolis extranjeras; entregan al pueblo de su patria con la misma tranquilidad con que han vendido el
país y sus conciencias”.
“Un huracán político repleto de derechos. Una bisagra entre la Argentina agroexportadora que imponía sus privilegios y el comienzo de la batalla final por el modelo de país, que nació con el primer peronismo”.
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